En nuestro país todo ciudadano recibe la atención médica necesaria, de manera gratuita, desde que nace hasta que muere. Somos pioneros en tantas especialidades clínicas que sólo esperamos el surgimiento de enfermedades para de inmediato crear sus curas. Pero lo que voy a contar no es ningún padecimiento, al contrario, es tan natural como la vida misma. En nuestro país, la predestinación no la estudian ni los filósofos, ni los psicólogos, ni los sacerdotes, ni mucho menos los magos, la predestinación la estudian e interpretan los médicos que quieren especializarse en pediatría, es materia obligada para la obtención del título profesional. Todo recién nacido debe contar con un Médico Pediatra Gurú que anote en su cartilla de vacunación cuál será su oficio o profesión cuando sea adulto. Por cada mil habitantes hay un pediatra oráculo que goza del respeto de todos, si bien las quejas de los padres por los resultados obtenidos son constantes, nadie puede apelar la decisión porque el infante pierde su derecho a la atención médica que el Estado le proporciona. Y vivir fuera del presupuesto es vivir en el error.
Al mes de nacido mis padres me llevaron a mi primera consulta pediátrica, dicen que estaban muy emocionados, suponían que del hijo de un ingeniero civil y una comerciante atenta al cuidado de su hogar por lo menos saldría un cineasta, un escritor o ya de jodido un arquitecto, pero su decepción fue grandísima después de seis horas de espera en la antesala del Seguro Social, dicen que el doctor estaba cansado, fastidiado por las discusiones con los padres de los anteriores niños, tomó la cartilla, se limpió el sudor de la frente, cerró los ojos y toco mi mano derecha.
—Este niño será chofer de microbús —dijo muy seguro.
—¿Chofer de qué? —preguntó extrañado mi padre.
—De microbús, un sistema de transporte terrestre que se inventará en nueve años y se pondrá de moda en la década de los noventas —explicó el galeno.
—¿Entonces viajará mucho? ¿Conocerá otros países? —dijo emocionada mi madre.
—No señora, los microbuses solo se usaran como sistema de transporte colectivo al interior de la ciudad, sustituirán a los autobuses y las combis, por mucho llegarán a algún municipio cercano.
—¿Qué? ¿Nuestro hijo será chofer? ¿Nomás eso? —exclamaron al mismo tiempo mis progenitores.
—Ese es su destino.
—¡Usted debe estar equivocado! ¡Esas son chingaderas! —reclamó el ingeniero.
—Tranquilo, tranquilo, no se exalte, no soy yo, es el destino, yo nomás soy el medio para decírselo.
—¡Pues vaya usted a chingar a su madre! —gritó mi padre.
—¡Pues vaya usted a ver quien chingados atiende a su hijo cuando esté enfermo!—respondió con burla el médico.
—¡Hijo de la chin…!
—¡Ya!, por favor, no pelees con él doctor, hazlo por Quique —lo interrumpió mi madre antes de que terminara el insulto—, es injusto lo que hacen, lo sé, pero más importante es que el niño crezca sano.
Y así fue como mi padre dejo las cosas en paz aceptando los designios del destino.
A los tres años de edad tuve mi primer vehículo de entrenamiento: el “Bomberito Apache 1983”, un carrazo de pedales que era la sensación del barrio y con el que me dediqué a atropellar a otros niños. Mis padres dudaban que en verdad ese fuera mi destino, no porque les pegara en el orgullo, sino porque en verdad dudaban que fuera capaz de estar tras un volante, mi falta de sentido de orientación era evidente desde entonces, a todos golpeaba y nunca lograba estacionarme adecuadamente aún sin tener carros a los costados. Y consultaron a otros médicos gurús que coincidieron en la profecía, mis padres nomás se lamentaron.
El día que cumplí diez años coincidió con la llegada de los primeros microbuses a la ciudad, cuando en la televisión pasaron la novedad en el transporte público mis familiares se quedaron boquiabiertos nomás de imaginarse del vehículo que en ocho años el pequeño conduciría libremente por las calles.
En la secundaria entrené con una motoneta, fui repartidor de pizzas para mejorar mis habilidades, el sistema judicial me perdonó las centenas de perros y gatos que atropellé porque no querían retar al destino, sobre todo al mío.
En la preparatoria destruí tres vochos, desvielé un Tsuru y un Golf, incendié tres camionetas pick up y volé con una combi sobre el precipicio de un puente sin concluir en el Periférico Psicológico que bordea mi ciudad. Todos me veían con preocupación, decían que sólo contaban los días en que cumpliera la mayoría de edad.
Hice el examen para obtener mi licencia de conducir una sola vez, reprobé, y ese día tembló, se cayeron muchas iglesias en el centro de la ciudad, nadie se explicaba el por qué. Y el Patriarca de los Médicos Pediatras Gurús del municipio llamó a una conferencia de prensa y dijo: alguien no está cumpliendo su destino, debemos investigar quién es. Y fue así como al tercer día mi Médico Pediatra Gurú tocó a la puerta de mi casa acompañado del Patriarca, del Venerable Consejo de Ancianos Presidentes Municipales Vitalicios y del jefe del departamento de conductores para entregarme mi licencia que me acredita como chofer de cualquier vehículo de desplazamiento terrestre, desde patines del diablo hasta tráileres y tanques de guerra.
Para no tentar al destino, ese mismo día me entregaron las llaves de mi primer microbús, el que inauguraría la ruta del hospital psiquiátrico al panteón municipal y viceversa, pronto se volvió la más transitada y la más rápida, dicen que todo fue gracias a mí, que estaban sorprendidos que fuera capaz de no mirar a los lados, de pasarme las luces rojas y sobrevolar los baches. Pero me aburrí. Se lo comenté al Consejo de Ancianos y determinaron una solución que a la ciudad le costó un endeudamiento de 30 años, hacer un segundo piso no sólo al Periférico, sino a todas las avenidas principales del municipio nomás para que yo transitara. Después de semanas de discusión determinaron que eso era preferible a que la ciudad volviera a quedar en ruinas por otro terremoto.
Construyeron los segundos pisos y quedaron muy bonitos.
Y aunque cuento con todas las comodidades, todos los servicios y un salario equiparable al de la Regidora Mayor del Municipio, extraño a mi familia y a mis amigos, por eso hoy decidí dejar de circular por el segundo piso para caer sobre la fuente del Zócalo de la ciudad, quiero saludarlos, pero no griten ni huyan, que de cualquier modo los alcanzaré con mi veloz microbús de color rojo, es el destino.
3 comentarios:
Por fin.... jajaja, por fin puedo leerte :) pero... si sabían que ese era su destino.... y si causaba tantas molestias... no hubiese sido mas fácil jubilarlo a temprana edad? O buscar a alguien que estuviera destinado a eliminar a los que no funcionaban bien dentro de su categoría de destino?
Tu personaje era el único con defectos?... digo, eso del problema de orientación...
bueno, bueno, ya, jajaja, estoy algo desvelada, mañana lo volveré a leer, nos vemos luego
:)
¿Mande?
Jojo, después de todo no te fue tan mal al ser chofer, y además casi casi fuiste el anti héroe de la ciudad, con todo y tu mala manera de conducir lograste que construyeran segundos pisos, es más vale más eso que un montón de manifestanes pidiendo soluciones.
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