28 sept 2009

De cómo llegué aquí

Mis primeros acercamientos a los libros fueron gracias a las lecturas que me hacían mis papás por las noches, antes de dormir. De aquella época recuerdo El patito feo, Las fábulas de Esopo y El principito. El único que sobrevive en mi librero es el último, al de Las fábulas de Esopo lo vi por ahí todo rayoneado hace algunos años, en algún cambio de casa. No lo rescaté a pesar de que me gustaba mucho.
Después paseé por la biblioteca de mis abuelitos, lo que más llamó mi atención fueron unos libros color palo de rosa, que eran Clásicos de la Literatura Infantil. Me gustó mucho Momotaró, la historia japonesa de un niño que nació de un durazno y que fue adoptado por una pareja de ancianos. También otro libro donde las frutas, verduras y legumbres eran descritas en un pequeño texto y las dibujaban humanizadas.
Me regocijé en la insipiente biblioteca de mi papá, que como es profesor de ciencias naturales, tenía (tiene) una colección muy atractiva de Time Life. Ahí hojeé La célula, El mar, Los mamíferos, El bosque, El hombre y recuerdo que las fotografías eran muy buenas, impresionantes. Ya en la primaria leía todo lo que había que leer, adoraba los libros de texto nuevos y luego luego buscaba las lecturas. A los nueve años entré a un grupo de teatro y me encantaba leer las obras: adaptaciones de cuentos infantiles, una pastorela (por lo que creo que después intenté escribir la mía propia) y de ahí, guiones de televisión, porque nos invitaron a grabar algunos programas para la tv local. Yo tenía ganas de leer y siempre que íbamos al super me perdía en el departamento de libros. No sabía qué elegir, pero tenía sed de lectura. Dos de los primeros libros que hice que mi papá me comprara en esa etapa fueron: Querida familia de Aline Petterson (del que a los once o doce años quise hacer una adaptación para teatro) y Novia que te vea de Rosa Nissan. En la secundaria el profesor de Español me daba flojera, pero recuerdo con agrado a La Celestina o al Mío Cid. De la biblioteca de la secu me eché todos los libros interactivos (no de CD), esos que tenían dos o más formas de leerse y de los que tú elegías la secuencia de la historia. Ahora no recuerdo cómo se llamaba la colección. También empecé a leer literatura gringa para adolescentes, una serie sobre unas gemelas que después me aburrió y abandoné. Pasé por la Historia de San Francisco de Asís, Operación Jesucristo de Og Mandino y El clan del oso cavernario. Llegué a El bestiario de Cortázar en la prepa y se lo expropié a mi tío. Influida por las lecturas, intenté escribir historias, pero todas me salían narradas, sin que los personajes tomaran la palabra, osea, mis narradores mencionaban todo lo que los personajes decían y hacían, no había juego dialogal ni guiones largos. Y guardaba mis textos. Me desesperaba. Entré a un concursillo en la prepa y metí un cuento que hablaba sobre las andanzas de un gato. No sé qué fue de ese texto pero la maestra de Literatura jamás me lo devolvió.
Cuando yo tenía como diecisiete años mi papá se encontró el anuncio de un taller de literatura en el Instituto Tlaxcalteca de la Cultura. No sabíamos quién era la persona que lo impartía pero mi papá me dijo que sería bueno que fuera para que me orientaran con mis cuentos. Y fui. Escribí sobre un duende que se robaba los calcetines, sobre una chica que resultaba embarazada y se iba de su casa y luego se me fue quitando lo inocente y moralino. Durante siete años seguí asistiendo al taller, aunque a veces éste se suspendía. Llegué a ser la única alumna y ahora sé que estar ahí le salía caro al Instituto. En la uni para la materia de literatura mexicana leí Aura de Carlos Fuentes, quedé maravillada y quise algún día escribir algo así. Gracias al taller leí a los maestros del cuento como Poe, Chejov, Cortázar y Quiroga. Conocí el Ulises de Joyce y a uno de mis favoritos: Salvador Elizondo. Total que en el 2003 se abrió una convocatoria del fondo para publicaciones y mi colección de cuentos a la que le había puesto La soledad, el vacío, la tristeza, los sinsabores, la nada y que por fin mi maestro recomendó que le pusiera por título una frase de uno de los textos que la integraban, fue de los seis libros que resultó electo. Así, en julio de ese año me entregaron los ejemplares que me correspondían de Mientras te perdías en la distancia. En el 2004 me dieron la beca estatal de Jóvenes Creadores por un proyecto de cuentos sobre la infidelidad que aún no se publica. De ahí pa´l real he asistido a algunos talleres de creación literaria en Tlaxcala y Puebla. Me volvieron a dar la beca, pero creo que en general, el camino del escritor es difícil y más cuando te preguntan cuándo vas a publicar.
En fin. Llegué a la Escuela de escritores de la SOGEM porque quiero seguir aprendiendo y además, para qué he de mentir, también porque necesitaba una especie de terapia ocupacional porque me estaba consumiendo en la molicie, la inopia y la tristeza. Ahora puedo decir que empecé tarde a leer, que probablemente elegí mal mis lecturas y que no sé nada, pero ganas de seguir no me faltan, aunque a veces me pregunto para qué y si valdrá la pena. Lo único por lo que vale la pena ahora es por venir a la escuela, me motiva y me hace feliz estar entre gente que también escribe y que como dice el maestro Villegas está inconforme con la realidad. Si no fuera por venir ya me hubiera evaporado. A propósito, creo que el escritor debe tener carácter. Saber afrontar los fracasos (aunque eso no se enseña en ningún curso): como cuando tu cuento chafea, no te dan una beca, un premio o la editorial a donde mandaste no te contesta nada respecto a tu libraco. También debe ser capaz de desmenuzar lo importante de una crítica. Hay que tener especial cuidado con las mafias y el show de las fiestas del mundo literario, sin embargo, estas dos cuestiones no son la escritura en sí. Escribir es eso: escribir. Y si ya te aventaste a hacerlo, pues hay que seguir, con todo y todo.

6 comentarios:

Christian dijo...

Tzuyuki, ¿también conservas tu libro de "El Principito"?

June dijo...

gracias por compartir tantas cosas sobre ti :)

Olivia dijo...

Tsuy, qué chido relato, pero no sé que le haces al cuento, como Elena, dices que no has leído nada y has leído un buen (Chéjov, Elizondo y Joyce son mis dos grandes ausencias literarias)... Aunque claro, a todos nos faltan un buen de cosas, esto de la literatura es inabarcable.. me gustaría que el día tuviera más horas, para dedicarme a leer, escribir, y comentar blogs...

Hellhammer dijo...

Tú si que tuviste un inicio bastante lleno de libros y letras, no sabía que AURA te marcó demasiado, yo también ya lo leí, pero no fue mucho de mi agrado. Esta padre tu historia, sobre todo porque cuentas que llegaste a ser la única alumna de tus cursos, y es no es cualquier cosa, te felicito.

A mi también me gustaría que el día tuviera más horas, por todo lo que mencionó Olivia, pero también para que pudiera dormir más

Tzuyuki dijo...

Sí Chris, aún lo conservo. Me encanta Aura, Hellhammer. Saludos a todos.

Lenny Flórez dijo...

ah, amor mío. la verdad me gusta que hayas leído sobre los vegetales-gente y todas esas cosas que no son literatura, porque tmb ayuda, créeme. la verdad qué importa cuántos años tienes, si te han publicado, si eres famosa, si eres guapa, si eres la más inteligente.
lo más importante de cuando escribes es QUE TE LEAN. lo demás, lo demás son puros pretextos.
ah, amor mío.