No recuerdo mi vida en el kinder, por alguna extraña razón. Pero sí recuerdo que aprendí a leer antes de entrar a la primaria, que me gustaban los libros de cuentos, y que mis abuelos, y especialmente mi tía, impulsaban mi hábito lector. En la primaria, también, alguna vez escribí un poema para mi mamá. Y eso fue todo, la verdad es una época que no recuerdo mucho, pero tal vez esto se debe a que a los 12 mis padres se divorciaron, y entonces mi vida cambio radicalmente, y por ello, los recuerdos de la adolescencia son una prioridad en mi memoria.
Todo lo que hago siempre ha estado relacionado con lo que leo, y con lo que escribo o no. Ya había leído a Quiroga, a Benedetti, pero debo reconocer que a los 12 estás más dispuesto a ser impresionado por lecturas mágicas, espectaculares, con las que puedas sentirte identificado. Como Harry Potter. Fue un escape de el mundo de dos padres recién divorciados, que, por mucho que intente manejarse, siempre afecta a los hijos, siempre. Más adelante, empecé a leer a Paulo Cohelo. ¡Horror! Me estaba convirtiendo en asidua lectora de best sellers. Y como siempre, mi tía (una buena lectora) me salvó. Yo siempre hablando del camino del guerrero, de que todo está escrito y cosas así, cuando mi tía me dijo que Paulo Cohelo era un creador de best seller, y que todas sus ideas eran, si no un plagio, una adaptación de textos filosóficos, o de otros escritores. Mencionó a Carlos Castaneda. Y, no sé si para bien o para mal, me convertí en toda una hippie, buscando a Don Juan hasta debajo de las piedras, llevando el asunto hasta sus últimas consecuencias, ya podrán imaginarse. En fin, como podrán ver, una adolescente siempre absorbe como una esponja cualquier ideal que pueda poner en orden su caótica vida. Más adelante entré a karate, y mi profesor me recomendó a Saramago, que influyó muchísimo en mi vida, era un bálsamo en momentos de ocio y confusión, propios de la edad. Y también leí Siddarta, Herman Hesse, y otras lecturas buenas, aceptables. Más adelante, entré a la universidad, donde leí a Cortázar, y un poco después a Borges y ¡al fin! comencé a entender lo que era literatura.
En todo este proceso, escribía poco. Siempre me ha gustado (y ha servido para desahogarme), pero al principio sólo escribía historias de amor, y después, confesiones y diarios, una y otra vez. Más adelante, poesía. Una vez -sí, soy una dramática medio loca- quemé todo lo que había escrito, para empezar de nuevo. Ese nuevo inicio me llevó a escribir a máquina, cosas buenas, ahora lo sé , lo que no recuerdo es dónde quedaron. También entré a un concurso de cuento y gané. Me daba tanta pena mostrar mis cuentos, y es como dice Villegas, el miedo es a mostrarte a ti mismo, como eres en realidad. Una vez, en uno de mis primeros cuentos, me dijeron que escribía como Horacio Quiroga. Yo, vanidosa, me disgusté. Quería que me dijeran que era la apoteosis de la literatura mexicana.
Últimamente he comenzado a comprender qué significa escribir, y ser leído. Desde que llegó Cortázar, a poner todo en orden en esta cabeza, a hacerme comprender que, además del contenido, la literatura tiene forma; que la vida y la literatura, por mucho que se entremezclen, no son lo mismo, los escritores también tienen que vivir; y que tus textos no le gustarán jamás a todo el mundo. Los gajes del oficio.
En fin, esos fueron, mal esbozados, mis inicios. Seguro les conté cosas de más, me puse filosófica y hasta aburrida y dramática. Pero lo que me importa resaltar aquí, es que a mi siempre me ha gustado tomar riesgos, y uno de esos fue entrar a la escuela de escritores. Jamás pensé que me gustaría tanto, ni que encontraría gente con la que congeniara tan bien, ni que pudiera sentirme a gusto. Cada vez voy entendiendo más la literatura, y me entra más en la cabeza que simplemente es lo que debo hacer, que es parte intrínseca de mi ser.
Gracias por el interés, gracias a Elenita por la invitación.