-Lloriqueé y lloriqueé, a esta niña hay que enterrarla, o cortarle un brazo para que así deje de estar mirando el horizonte y nos traiga dinero.
June despertó después de esas palabras, se levantó rápido, fue a la habitación del fondo, nadie estaba despierto, nada se movía, hubiese querido invadir la cama de sus padres, pero algo le detuvo y le hizo dar la vuelta.
Regresó a la cama, miró el techo y, como si hubiese recibido un golpe, empezó a llorar. Sus padres ya no la querían, por eso pensaban en cortarle un brazo o en enterrarla viva, fingían estar dormidos, pero hacia muy poco tiempo habían estado discutiendo cerca de su cama, mientras ella dormía, luego al ver que despertaba apagaron la luz y salieron, no querían ser descubiertos.
Trató de tranquilizarse ¿Y si era mentira? ¿Si lo había soñado? Ya una vez, siendo más pequeña, vió que un monstruo estaba sentado en la silla que siempre está frente a su cama; temiendo que le devorara si gritaba se cubrió la cara con una sábana, hasta que movida por la necesidad de saberse lejos del peligro se había descubierto, notando que la ira del monstruo se incrementaba en sus ojos, infinitamente más negros que el resto del cuerpo.
June hubiera querido que su madre o su padre entrasen a la habitación y la salvaran, pero en la casa sólo se conservaba la atmosfera de la noche, ese silencio pesado que hace que los párpados de los padres no se puedan abrir.
Estuvieron así largo tiempo ella, con los ojos casi llenos de lágrimas, con una especie de alarma interna que punzaba en su estomago haciéndole temblar, e incluso acalambrándole las piernas, y el monstruo, mirándola, esperando el momento exacto para saltar sobre su cuerpo y vomitar alguna substancia extraña que derretiría su piel antes de devorar sus vísceras.
June empezó a dejar de respirar, imaginó que si fingía estar muerta el monstruo no le haría nada, pero ella misma no sabía si el monstruo estaba vivo de verdad, así que sintiendo que no podría permanecer más tiempo de esa manera, temiendo que moriría, se quitó la sábana y lentamente, mientras el corazón se le escapaba hasta las sienes, avanzó hasta el monstruo que estaba sentado en la silla, con los cuernos de la frente señalando la almohada. Se quedó quieta, la figura negra parecía mirarle, luego con cierta lentitud alargó la mano, imaginando que el monstruo la tomaría por la muñeca y la mataría por no ser tan lista como para llamar a su madre, pero no retrocedió, avanzó hasta tocar el hombro de aquél ser que en realidad no era más que un muñeco que la tía Er le había mandado en su último cumpleaños.
Así que esto podía ser igual, tal vez sus padres dormían de verdad, tal vez nunca habían estado junto a su cama quejándose de la molestia que significaba tener una hija pequeña. Cerró los ojos y el silencio fue graduando la noche hasta mezclarla con su sueño.
A la mañana siguiente, fueron juntos a hacer las compras, la tomaron de la mano, le repitieron que no debía de separarse de ellos, fueron por los pasillos juntos, escogiendo una y otra cosa, hasta que June volteó a la derecha y a la izquierda, había muchos adultos, ninguno que la llamara, ninguno tan familiar como para acercarse. Sintió que nuevamente el monstruo la miraba, ahora con muchos ojos, todos negros, de hombres y mujeres, y que alguna especie de fuego le recorría el interior hasta quedarse estancado en su garganta, quería llorar y gritar, pero pensó que si lo hacía sabrían que estaba sola, así que se quedo quieta, esperando a que sus padres la reclamaran.
Una mujer cubierta con un rebozo, vestida como de otro tiempo le tomó la mano, June la miró sin poder reconocerla, le dijo mamá, y la señora le preguntó, con calma, cuál sería su nombre…
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