13 mar 2010

El tronco del chabacano.

Hola, compañer@s, esto es lo que escribí para cuento, espero sus comentarios.

***


El rosal  se deslizó sobre el tronco del chabacano,   y llegó a más de la mitad del cuerpo del árbol, a donde los silencios y los sonidos se embarcan en horas de suspendido aire; trepó a través de las ramas más altas, se multiplicó, invadió con su amarillo todas las posibilidades y el chabacano, envuelto en flores y en aromas cedió bajo su peso.

Hubo quizá dos grandes teorías, la primera, ante la que yo me hubiese podido inclinar, era que el tronco estaba podrido, la otra, que aún estando sano, el peso de la rosa y de los chicos que jugaban en el vecindario habían logrado trozar el tronco. Lo cierto es que nadie prestó mucha atención al cuerpo roto del árbol.

La gente entraba y salía de la casa, el hombre en cama ganaba todos los cuidados que el viejo árbol pudo haber esperado; llevaba quizá más de una semana en el suelo y los niños que antes jugaban cerca de donde empezaba a estirarse su cuerpo hacia el cielo ahora estaban cerca de la cama del viejo, la esposa le daba medicamentos, iba a la cocina, hervía agua, la repartía entre el té, la comida y el agua para los demás. Los que antes eran niños ahora venían con hijos propios, habia que atenderlos, cosas que tratar.

Las despedidas son tranquilas, con algunas voces alzándose más de lo normal para que los viejos oídos, acostumbrados al torno y a los ruidos de fábrica y de música, escuchen. Los consuelos son cortos, pero bien hechos, como las carpetas que la vieja mujer atada a la cocina hiciera en mejores tiempos, en tiempos que pueden decirse más jóvenes.

En el tejado quedaron el hacha, la pala, el bieldo y los muchos muñecos de niñas enterrados bajo el lavadero en el que ahora la mujer lava la verdura.

Los fantasmas de los nietos se han marchado, quedan, en la casa silenciosa, sólo un hombre acostado en la orilla de la cama y una mujer de manos ásperas picando alfalfa para los animales que le insisten ponga atención a su hambre, desde los corrales.

Sobre la cabecera de la cama se encuentra una oración sencilla y un cuadro de la Preciosa Sangre de Cristo. El hombre duerme. La mujer le ha cerrado los ojos. Los nietos han aparecido nuevamente, cargan a los bisnietos que no conocen el siguiente paso para confirmar la muerte.

Las mujeres llevan vestuario oscuro, mantillas negras que envuelven el pelo cano o rebozos a dos tonos, distintos de los cálidos que envuelven a sus nietos; se paran juntas, todas llegan a tiempo, como si en sus ojos las aves hubiesen dejado el instinto de reconocer el momento de la muerte de un hombre que estuvo en cama por meses, o de una mujer que una noche pidió un poco de leche y antes de beberla decidió, impulsada por una promesa de menor dolor en alguna otra vida, retirarse de su propio cuerpo.

Las mujeres se levantan, han lavado el cuerpo, lo han vestido, sacan sus rosarios, se preparan para despedirse con rezos y cantos que se repetirán mientras alguien llora, conjura o reúne todos los momentos que pasó al lado del que ahora se despide. “No pasa el tiempo, nosotros pasamos” dicen algunos en voz baja. Las pocas parejas de viejos se reúnen, llevan cirios, dinero, sus gastados pasos a través del tiempo, sus voces roncas, pequeñas como sus cuerpos, los mismos que alguna vez fueron grandes, que opacaron a los otros, que corrieron a las hijas que traicionaron apellidos o a los hijos que siempre fueron bastardos, menos valiosos que su orgullo.

Todos cruzan la pasarela del patio, no sin dejar platicas interminables sobre parentesco, o noticias de del otro lado del pueblo. Los nombres suplantan, temporalmente, al olvido, y en la cena los hijos guardan silencio, temblorosos, resentidos, invadidos de culpa, de la desconcertante realidad que se hace herida y no termina de cerrase.

La mujer se sienta, abuela de mundos, de seres que ahora mastican su soledad y su llanto. Las nietas le consuelan, las hijas le invitan a ir a dormir mientras todos se ocupan de lo otro. Ella no duerme, es una costumbre para quienes no llegan a esa edad ni reconocen el fin de los tiempos, es una costumbre de mal gusto, que sólo ayuda a calentar un poco los huesos que duelen, lo demás, eso de lo que hablan los hijos es sólo una forma de llamar al vacio, se repartirán lo que puedan y se irán, decidirán su destino, ella resignada lo aceptará. Cuanta envidia siente, morir primero, ir a la cálida tierra que aguarda siempre, que no engaña, que no usa voces hirientes ni despedidas de hijos ingratos, ni nietos con caras desconocidas que se turnan en colgarse de su cuerpo y luego olvidarla.

Antes de irse a dormir, cuando el silencio inunda la casa, el perro llama a la puerta, la mujer se levanta, olvidó el hambre que puja tras los corrales, le habla a su compañero de los últimos años, riega el alimento, los animales agradecen entre dientes, no olvidan su tardanza, ella se detiene, de pronto, con un dolor de rodilla, se recarga en el marco de la puerta. El cielo lleno de estrellas colma su silencio con alguna idea que no había conseguido concretar antes. No había estado sola desde hacia tanto, el viento baja, eleva su cabello blanco, hacia la luna que aguarda igual que ella, a que el día llegue.

Los nietos quitaron del solar de detrás de la casa los restos del chabacano, después de los nueve días, ella, con su nieta más pequeña, juntó rosas amarillas en una canasta, las llevo a donde la base del árbol había estado todos esos años y las depositaron con cariño. Mencionó, ante la mirada de la niña, que hay cosas que siempre son dignas de añorar.

5 comentarios:

Olivia dijo...

Mis observaciones.

Debes cuidar ciertos detalles con la ortografía, sintaxis, y claridad en el texto:

"rebosos"

"no sin dejar platicas interminables sobre parentesco"

"mientras todos se ocupan de lo otro".

Me gusta el estilo de narrativa, se fija en los detalles y en el drama interno. Pero de todos modos, aunque toda la acción ocurra en el interior del personaje, algo le falta. Tal vez más actos concretos que reflejen lo que ocurre en el personaje. Pueden enfocarse también en el chabacano.

En general, me gustó. No había leído narraciones de Eli antes. Las descripciones y atmósferas son muy buenas.

Eso es todo. Saludos :)

Christian dijo...

Te detienes mucho por el uso de las comas, coincido con Olivia que tiene que ver con redacción y sintaxis:

"Los nombres suplantan,temporalmente, al olvido, y en la cena los hijos guardan silencio, temblorosos, resentidos, invadidos de culpa, de la desconcertante realidad que se hace herida y no termina de cerras."

Respecto a la historia, se que es un drama interno, pero me parece forzado y educado lo que sale de la señora, siento que tienen algo reprimido que no suelta completamente.

Christian dijo...

La idea es muy buena.

June dijo...

gracias :)

June dijo...

gracias :)